Por Mamen Argudo-Fernández / Astrofísica
El Sol es nuestra estrella más cercana y sin ella, lo más probable es que no existiera la vida en la Tierra tal y como la conocemos. La energía proveniente de nuestra estrella se manifiesta en forma de luz y calor. La luz ayuda a que las plantas se alimenten, que a su vez producen el oxígeno que respiramos tanto las personas como los animales.
La luz que viene del Sol nos permite ver a nuestro alrededor. Pero esta luz no ha tenido un camino fácil para llegar hasta nosotros. Los fotones se generan a partir de las reacciones de fusión nuclear que mantienen viva a nuestra estrella y que ocurren en el núcleo del Sol. Después, estos fotones tardan del orden de un millón de años en llegar hasta la superficie. Esto porque en las capas más internas del Sol los fotones son absorbidos y remitidos una infinidad de veces. Una vez que por fin llegan a la superficie, los fotones escapan en todas las direcciones a la mayor velocidad que se conoce, a la velocidad de la luz. Es por ello que los fotones que llegan a la Tierra lo hacen en tan solo 8 minutos.
El Sol no solo representa la vida, sino que también representa ciclos. El día y la noche, las estaciones, los años, … en resumen, la misma medida del tiempo y el calendario, las hemos definido como consecuencia del movimiento continuo de la Tierra con respecto al Sol. Nuestro propio ciclo interno, el ciclo circadiano, que regula procesos como el sueño, viene controlado por la luz del Sol. Las personas nos sentimos activas durante el día, y cuando llega la noche sentimos la necesidad de relajarnos y prepararnos para dormir y descansar.
No es solamente trabajo del Sol que exista la vida, sino también de las condiciones de nuestro propio planeta. Nuestra atmósfera nos protege de la radiación dañina proveniente del Sol, como los rayos ultravioleta. Pero además, nosotros vivimos dentro de la atmósfera del Sol, una zona que nos envuelve junto con todos los planetas del Sistema Solar y que está dominada por intensos vientos solares. La atmósfera del Sol no la podemos ver pero sabemos que existe, por ejemplo, al observar un cometa. Las largas colas de los cometas son una consecuencia de que estas grandes rocas cubiertas de hielo viajan a alta velocidad dentro de la atmósfera solar. Otro fenómeno que nos da una pista de que vivimos en la atmósfera del Sol son las auroras polares. Las llamamos así porque ocurren cerca de los polos. Las auroras tanto boreales como australes (dependiendo de sí ocurren en el polo norte o en el sur, respectivamente) son consecuencia de la interacción del viento solar con nuestro escudo natural, el campo magnético que rodea a la Tierra y cuyas líneas de campo están conectadas a través de los polos, como un gran imán. Si no fuera por este escudo, desaparecería la atmósfera, y con ella el agua que también es fuente de vida.
Por lo tanto, que nosotros estemos aquí, no es más que la consecuencia de una serie de coincidencias cósmicas que trabajan en perfecto equilibrio.
Mamen Argudo-Fernández es astrofísica y trabaja en el Instituto de Física en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.